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El acceso a las materias primas siempre ha sido un tema de enorme trascendencia a lo largo de la historia, de forma que ha llegado a causar el auge y caída de imperios. También en el presente. Controlar los yacimientos para la extracción de minerales es una de las fuerzas motrices del momento geopolítico que vivimos.
Reciclar aluminio requiere un menor consumo de energía y emite menos gases de efecto invernadero que extraerlo de la naturaleza. Dmitry Markov152/Shutterstock Gumersindo Feijoo Costa, Universidade de Santiago de Compostela
En consecuencia, la implantación de una verdadera economía circular de los metales es un eje prioritario. Son materiales que durante el reciclaje mantienen intactas sus propiedades fisicoquímicas, pudiendo aplicarlos en la fabricación del mismo tipo de productos del cual se ha originado su chatarra.
Un ejemplo de este tipo de materiales es el aluminio. La obtención del aluminio primario (a partir de materias primas vírgenes) necesita de tres grandes etapas:
Extracción de la roca que lo contiene, la bauxita, mediante minería a cielo abierto en regiones tropicales.
Obtención de la alúmina (óxido de aluminio) mediante el proceso Bayer, que se basa en la cocción a alta temperatura de la bauxita con sosa.
Separación del aluminio elemental del óxido mediante cubas electrolíticas con criolita fundida.
Para obtener una tonelada de aluminio primario se necesita un gasto energético de 15 megavatios (lo que consumen unos 5 000 hogares durante un día) y una emisión directa e indirecta de gases de efecto invernadero de 15 toneladas de dióxido de carbono equivalente (aproximadamente, lo que emiten 15 000 coches al recorrer 10 kilómetros).
Esa misma cantidad obtenida a partir de aluminio reciclado reduce drásticamente tanto el consumo de energía como la emisión de gases de efecto invernadero. Así, con el reciclado de tan solo 10 latas de aluminio ya se ahorra la emisión de 1,5 kg de dióxido de carbono equivalente.
Al monetizar estos procesos se visualiza la gran ventaja económica de reciclar. Con la venta de una tonelada de aluminio a unos 2 200 €, el margen de beneficio del aluminio reciclado se puede situar entre 3-5 veces más favorable.
Diagrama esquemático de la obtención de aluminio primario (a partir de materias primas vírgenes) y secundario (reciclado). Se indica la energía y emisiones de dióxido de carbono equivalente por cada tonelada de aluminio producido. Gumersindo Feijoo, CC BY-SA
Otro ejemplo es el cobre, un metal que ha sido trascendente en el desarrollo de las civilizaciones e imperios. Fue, además, uno de los primeros metales utilizados por el hombre, y su aleación con estaño en la prehistoria originó la Edad de Bronce.
Fue clave durante el Imperio romano. Estaba presente, por ejemplo, en las transacciones económicas (para acuñar monedas), en la ingeniería (construcción de cañerías) y en las legiones romanas (elaboración de diversas armas). Con la aparición de la siderurgia su valor menguó, pero a partir del siglo XX, con la invención del generador eléctrico por Michael Faraday, nuevamente se aupó al pódium de los metales estratégicos por sus excelentes propiedades en la conductividad eléctrica.
Su valor económico es elevado. El precio de futuros en el mercado internacional ronda los cinco dólares por libra (453,6 gramos). Este valor explica que de forma recurrente existan noticias sobre robos de cable de cobre, sobre todo en las líneas de ferrocarril.
Existen dos grandes sistemas de extracción de cobre: a cielo abierto o minería subterránea; ambas poseen importantes impactos ambientales. Por ello, reciclar este metal es un buen ejemplo de sostenibilidad, ya que puede ser reutilizado indefinidamente sin perder su calidad o propiedades.
Reciclar cobre utiliza entre un 70-95 % menos de energía que extraerlo y procesarlo, lo que supone una huella de carbono de entre 0,3-0,5 kilogramos de dióxido de carbono equivalente por kilogramo de cobre producido. En el caso de su extracción, la huella de carbono depende del sistema de minería (a cielo abierto o en pozos), pero oscila entre los 4-5 kilogramos de dióxido de carbono equivalente por kilogramo de cobre.
La chatarra de cobre en el hogar se puede encontrar en el cableado antiguo, tuberías de fontanería o en los electrodomésticos. Reciclar es tan simple como separarlos y llevarlo al centro más próximo para su valorización.
La denominación de tierras raras hace referencia a los 15 elementos químicos del grupo de los lantánidos, junto con el escandio y el itrio, de gran aplicación en los sectores industrial, médico y de defensa. Se utilizan, por ejemplo, para fabricar tecnología láser, lentes de telescopios, bicicletas y coches eléctricos, fibra óptica, televisiones, misiles y equipos de resonancia magnética nuclear.
Su denominación se debe a que inicialmente se encontraron dentro de minerales raros en el subsuelo, y su “problema” no radica en la escasez sino en su acceso porque algunos países acaparan la mayoría de sus reservas. China posee un monopolio del 37 % de las reservas mundiales de tierras raras.
Reciclar estos elementos químicos es una cuestión que supera el ámbito ambiental y económico y pasa al terreno geopolítico, como demuestra la dependencia europea del acceso a estos recursos.
Solo un 1 % de las tierras raras que se utilizan en componentes electrónicos se reciclan actualmente. Nos encontramos ante un enorme reto de innovación para lograr, por una parte, la reutilización de los productos y, en segundo lugar, la extracción y reciclado de estos materiales tras el fin de vida de los productos. La alternativa no es plausible. Continuar con la minería masiva de las tierras raras conlleva numerosos impactos ambientales
Símbolos químicos de las tierras raras, que incluyen el escandio, itrio y los 15 elementos de la familia de los lantánidos. Gumersindo Feijoo, CC BY-SA
Conocer la composición de los productos que utilizamos para consumir responsablemente es una gran fuerza impulsora para que las empresas opten por extender el ciclo de vida de los productos, reparando, reutilizando y, finalmente, reciclando los componentes básicos para introducirlos de nuevo en el ciclo productivo, tal y como propone el modelo de sociedad basado en la economía circular.![]()
Gumersindo Feijoo Costa, Catedrático de Ingeniería Química. Centro de Excelencia CRETUS de la Red CiGUS, Universidade de Santiago de Compostela
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.