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José María González Moya, Director General de APPA Renovables
El cero energético que vivió España el pasado 28 de abril fue un acontecimiento inusual. Tan inusual que, en cuarenta años de existencia del operador del sistema, no habíamos vivido otro. Aunque en total fueron unas cuantas horas (su duración dependió de la zona), ha dejado una huella indeleble en el debate sobre el futuro de nuestro sistema eléctrico. El incidente, aún bajo investigación, generó una fuerte incertidumbre entre la ciudadanía y ha abierto interrogantes legítimos sobre la resiliencia del sistema. Pero, a pesar de las acusaciones iniciales interesadas, realizadas sin ninguna certeza sobre lo sucedido, también ha puesto de manifiesto una certeza incuestionable: las energías renovables pueden aportar mucho más a la resiliencia del sistema si adaptamos la normativa y la regulación.
Lejos de señalar a las tecnologías limpias como las responsables, pues en otras ocasiones hemos tenido mucha más penetración renovable sin ningún tipo de incidente, este evento ha servido como recordatorio de la necesidad urgente de modernizar nuestra infraestructura energética, apostar por un mix renovable equilibrado y acelerar el despliegue de tecnologías clave como el almacenamiento, la flexibilidad de la demanda y las interconexiones eléctricas con el continente, un aspecto en el que parece que, por fin, empieza a producirse una discusión seria en el seno de Europa. Al mismo tiempo, ha evidenciado una carencia estructural: la falta de suficiente demanda eléctrica en un país donde la electricidad apenas representa una cuarta parte del consumo energético total.
España ha demostrado un liderazgo notable en la integración de energías renovables en el sistema eléctrico, nuestro país ha sido puesto como ejemplo en numerosas ocasiones gracias a estos avances. El año pasado, el 56,8% de la electricidad generada provino de fuentes limpias; en 2025, la cifra supera hasta el momento el 59%, con protagonismo de la eólica, la hidráulica y la fotovoltaica. Sin embargo, esta transición energética imprescindible desde el punto de vista ambiental y económico requiere herramientas que garanticen su estabilidad.
Entre ellas, las interconexiones eléctricas con el sistema europeo juegan un papel central. La capacidad de exportar e importar energía con nuestros vecinos no sólo fortalece la seguridad del suministro, sino que permite una gestión más eficiente de los excedentes renovables. Con una interconexión aún limitada España mantiene una capacidad de intercambio muy inferior a la recomendación de la Unión Europea del 15%, el margen de mejora es evidente.
Junto a las interconexiones, el almacenamiento energético emerge como un pilar estratégico. Aquí, el bombeo hidráulico se presenta como la tecnología más madura y eficaz a gran escala. No depende de materias primas críticas, puede construirse con tecnología local y, lo más importante, permite almacenar energía en periodos de exceso de generación renovable para liberarla en momentos de escasez. Es, en definitiva, la batería natural del sistema eléctrico.
En España existe un notable potencial para desarrollar nuevos bombeos hidráulicos, tanto en ubicaciones con infraestructuras existentes —como embalses reversibles— como en nuevos emplazamientos. Sin embargo, la falta de una estrategia nacional específica para esta tecnología que permita abordar las barreras existentes ha retrasado su impulso. Es necesario identificar de forma clara los proyectos en fase avanzada y también los potenciales, así como eliminar barreras técnicas, administrativas y económicas. El Ministerio para la Transición Ecológica ha manifestado en numerosas ocasiones su interés en esta línea y se abre así una ventana de oportunidad para incluir el bombeo en futuras convocatorias de acceso, en la planificación energética y en mecanismos de mercado como el de capacidad. Mecanismos en los que también pueden participar otras tecnologías renovables.
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