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Por Rui Sttofel, CEO y fundador de BUSUP
Cada día, miles de trabajadores realizan el mismo trayecto desde sus hogares hasta los centros industriales y oficinas. Son desplazamientos repetitivos, previsibles y masivos que, sin embargo, apenas aparecen en las estrategias de descarbonización de las empresas. En muchos casos, la movilidad diaria de los empleados puede representar una proporción significativa de las emisiones asociadas a la actividad laboral, por encima incluso del consumo energético de algunos edificios. Aun así, sigue tratándose como un asunto individual y no como una palanca ambiental de primer orden.
Desde BUSUP operamos en ocho países y vemos un patrón que se repite en todos ellos. La dependencia del coche privado continúa siendo la norma, incluso en ubicaciones donde existen alternativas viables. Esta realidad genera una combinación de impactos: un volumen de emisiones muy superior al necesario, congestión en los accesos, pérdida de tiempo y un coste económico creciente para empresas y trabajadores. A pesar de ello, la movilidad laboral rara vez se integra como un elemento estratégico dentro de los planes ESG.
Lo positivo es que las soluciones ya existen y son conocidas. El transporte corporativo compartido, que en el pasado se percibía como un modelo rígido, ha evolucionado de forma notable. Hoy, gracias a la digitalización y al uso de datos, es posible diseñar rutas optimizadas, gestionar la ocupación en tiempo real, adaptar horarios y ofrecer un servicio flexible y eficiente. Un solo autobús puede sustituir entre 20 y 50 vehículos particulares, lo que se traduce en una reducción inmediata de emisiones y una mejora clara en la puntualidad y la calidad del desplazamiento.
Cuando las empresas incorporan la movilidad compartida en su estrategia ambiental, los beneficios son concretos y medibles. Disminuyen las emisiones asociadas al commuting, se reduce la presión sobre el aparcamiento, mejora la puntualidad, se optimizan costes logísticos y se refuerza el bienestar de los trabajadores. Además, es una medida que puede implementarse sin grandes infraestructuras y sin depender de transformar por completo la flota de vehículos privados de los empleados.
La descarbonización avanza cuando dejamos de mirar únicamente a los grandes proyectos y empezamos a fijarnos en los hábitos repetidos que determinan buena parte del impacto real. El commuting es uno de ellos y representa una oportunidad inmediata de transformación. Integrar la movilidad compartida no es un gesto simbólico ni un complemento marginal de los planes ESG, es una forma práctica de mejorar algo que afecta a miles de personas cada día. Cuando los desplazamientos se planifican de forma eficiente, la empresa no solo reduce emisiones, también libera tiempo y mejora la calidad del trayecto.
Desde nuestra experiencia global, la conclusión es clara. Avanzar hacia un futuro más sostenible exige algo más que nuevas tecnologías: requiere cambiar inercias profundamente arraigadas. Y pocas inercias pesan tanto como el uso rutinario del coche privado para ir a trabajar. Las empresas que se atreven a replantear este hábito descubren que el impacto llega antes de lo que nadie espera. La movilidad laboral es, hoy, una de las palancas más directas, medibles y transformadoras para acelerar la descarbonización y construir organizaciones más eficientes y responsables.