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El territorio late cuando la naturaleza y las personas vuelven a respirar al mismo ritmo. Frente a un modelo que agota sus propios cimientos, los paisajes regenerativos emergen como una respuesta lúcida y necesaria: transformar la manera en que producimos, consumimos y habitamos el planeta.
No se trata solo de conservar, sino de reactivar los procesos que sostienen la vida. Desde los campos agrícolas hasta los humedales, la regeneración demuestra que la naturaleza puede ser la mejor aliada del progreso. El Delta del Ebro es hoy un ejemplo vivo de cómo devolverle al territorio su pulso vital.
LA NATURALEZA COMO INFRAESTRUCTURA VITAL
La naturaleza es el sistema circulatorio de nuestros territorios. Los ríos son las venas que transportan vida; los bosques, los pulmones que filtran el aire; los suelos, el tejido que sostiene y alimenta todo lo demás. Y, como en cualquier organismo, cuando se interrumpe el flujo o se debilita el pulso, el cuerpo entero enferma.
Durante décadas hemos medido el progreso por la cantidad de carreteras construidas, el PIB o los porcentajes de crecimiento. Pero mientras el capital construido se ha duplicado, el capital natural ha disminuido un 40%. Así, surge una pregunta inevitable, ¿podemos seguir llamando progreso a un modelo que agota la base misma que lo sostiene?