1 de septiembre, 2025
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Javier Díaz González | Presidente de la Asociación Española de la Biomasa – AVEBIOM

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El verano de 2025 nos deja un balance demoledor: según el sistema satelital Copernicus, en España han ardido más de 403.000 hectáreas y, en toda Europa, más de un millón de hectáreas. La magnitud de las cifras impresiona y, sin embargo, corremos el riesgo de hacer lo de siempre: ahora que las llamas por fin se han apagado y el fresco del otoño asoma, empezaremos a olvidarnos… hasta el próximo verano. Pero los incendios no desaparecen con las noticias; la biomasa sigue acumulándose en los montes y el riesgo volverá a ser incluso mayor si no actuamos.

Como cada temporada, se han multiplicado tertulias, artículos y opiniones sobre los incendios forestales, responsabilidades y soluciones. En este tema ocurre algo parecido a lo que pasa con la selección de fútbol: todos creemos saber quién debe jugar, quién falla y qué soluciones aplicar. Afortunadamente, en esta ocasión, muchos medios han dado voz a profesionales forestales de gran prestigio y sus diagnósticos son coincidentes y claros: el cambio climático agrava la situación, pero el problema de fondo está en la acumulación de combustible en nuestros montes, fruto de décadas de abandono rural y falta de gestión activa.

Ingenieros de montes y forestales como Marc Castellnou, Arantza Pérez Oleaga, Víctor Resco de Dios o Ana Belén Noriega llevan tiempo advirtiéndolo: hay incendios de tal intensidad que resultan imposibles de apagar hasta que cambian las condiciones meteorológicas o el fuego alcanza zonas más manejables. Y frente a esa realidad, no bastan más medios aéreos o brigadas; la única vía es gestionar el paisaje, reduciendo la biomasa disponible y diversificando los usos del territorio.

En España solo se aprovecha menos del 40% del crecimiento anual de madera, lo que ha hecho que el stock de madera en pie se haya duplicado en pocas décadas. Dicho de otra manera: cada año se acumulan millones de toneladas de biomasa que no se aprovechan y que, antes o después, acaban ardiendo. Sin embargo, nuestro país cuenta con industrias capaces de absorber el doble de lo que hoy se moviliza, de manera sostenible, generando empleo local y energía renovable.

La bioenergía es una pieza clave en esta ecuación. Dar un uso energético a restos de podas, claras o cortas supone dos cosas a la vez: facilitar las labores de gestión forestal -porque alguien paga por recoger y transportar esa biomasa- y generar energía renovable que sustituye a gas y gasóleo importados. Es decir, reducimos el riesgo de incendios al tiempo que ganamos soberanía energética y generamos empleo local. Países como Portugal ya lo están aplicando, instalando calderas de biomasa en municipios de alto riesgo de incendio para aprovechar los excedentes forestales y, de paso, calentar edificios públicos con energía limpia.

Por eso, desde la Asociación Española de la Bioenergía (AVEBIOM) hemos propuesto medidas muy concretas: construir de aquí a 2030 al menos 200 nuevas redes de calor y frío con biomasa forestal (2.800 MW), lo que permitiría movilizar 1,2 millones de toneladas de biomasa al año; sustituir 500.000 equipos de calefacción obsoletos por dispositivos modernos de biomasa, con un consumo estimado de 530.000 toneladas adicionales; y levantar 150 MW eléctricos en centrales de 10-25 MW en áreas forestales críticas, capaces de absorber biomasa allí donde más falta hace reducir su densidad.

Se trata de una inversión con retorno múltiple: menos combustible esperando arder en los montes, más actividad económica en la “España vaciada” y menos dependencia energética del exterior. Y como recuerdan los propios profesionales forestales, esto no es ninguna novedad: llevamos décadas señalando la necesidad de gestionar más y mejor. La diferencia es que ahora la urgencia es máxima.

El Foro de Bosques y Cambio Climático calcula que, incluso sin llegar todavía a la media europea de aprovechamiento (67%), España podría movilizar ya en 2030 cinco millones de toneladas de biomasa adicionales cada año, y en 2050 hasta 10 millones

No se trata de inventar nada nuevo, sino de hacer realidad lo que llevamos décadas reclamando los técnicos forestales y los profesionales de la bioenergía. Gestionar los montes, dar salida a los aprovechamientos, recuperar la ganadería extensiva y vincular todo ello a proyectos energéticos y sociales que devuelvan vida al medio rural.

Por lo tanto, señores políticos, hagan caso a quienes conocen el terreno. Escuchen a los técnicos y profesionales forestales, y articulen de una vez políticas y fondos que permitan prevenir de verdad. Porque seguir confiando solo en la extinción es pan para hoy y fuego para mañana.

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