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Cristina Pascual Cortés, responsable de licencia social en Genia Bioenergy.
Pero si todo esto es cierto, ¿por qué algunos vecinos o colectivos ecologistas muestran oposición a determinados proyectos?
Desde Genia Bioenergy lo asumimos con claridad: muchas veces hemos explicado mal —o directamente no hemos explicado— lo que hacemos. Durante años, la industria se ha centrado en comunicar desde la lógica técnica y la urgencia climática, olvidando algo esencial: las plantas se instalan en lugares habitados, con historias, valores y temores legítimos.
La gente no rechaza el biometano, rechaza lo que no comprende. No dice “no quiero energía limpia”, dice “quiero formar parte, quiero que se me escuche, quiero saber cómo esto cambiará mi vida y mi entorno”. Esa preocupación por el territorio, por su tierra, no solo es legítima, es valiosa. Nos obliga, como empresa, a mirar más allá de los planos y a dedicar tiempo, presencia y diálogo, con humildad y constancia.
La licencia social no es un documento que se firma, es una relación de confianza que se construye día a día con las personas. En Genia Bioenergy lo tenemos claro: no desarrollamos proyectos para los pueblos, sino con ellos. Y en nuestro objetivo, nos sentamos con los vecinos, respondemos con lenguaje cercano, escuchamos sus propuestas, incorporamos sugerencias siempre que supongan una mejora real para la comunidad. Y, sobre todo, cumplimos lo que prometemos.
Este compromiso no es una declaración de intenciones, sino una necesidad operativa. Los proyectos de biometano no son infraestructuras efímeras. Estamos hablando de una convivencia de más de 25 años. Por eso es fundamental hacer las cosas bien desde el minuto uno. Si no pones a las personas en el centro desde el principio, es difícil sostener el proyecto en el tiempo, por muy beneficioso que sea en términos técnicos o ambientales.
Se suele decir que llegamos tarde con la pedagogía energética, pero nunca es tarde si se hace desde la autenticidad. Tenemos que empezar por lo básico: qué es el biometano, cómo se produce, qué impacto tiene, cómo se gestiona el digestato, cómo se controla el olor, qué camiones van a circular y por dónde. Solo con esa información clara, el miedo empieza a disiparse.
Es importante también diferenciar: no todos los proyectos son iguales, ni todas las empresas los impulsan con los mismos valores. En Genia apostamos por un modelo basado en la coherencia, el conocimiento técnico y la sensibilidad territorial. Buscamos localizaciones no solo por criterios técnicos o económicos, sino por su viabilidad social, medioambiental y comunitaria. No llegamos para explotar un recurso, llegamos para transformar la forma en que se genera y se gestiona la energía a partir de una fuente renovable. Queremos formar parte del entorno, no solo instalar una planta.
Además, contamos con un equipo multidisciplinar, con tecnólogos expertos, ingenieros, profesionales del desarrollo social y del territorio, lo que nos permite abordar los proyectos desde una visión integral. Integramos tres áreas clave: tecnología, promoción y operación. Esto nos da la capacidad real de adaptar cada proyecto a su contexto y de asegurar una gestión a largo plazo con rigor, transparencia y diálogo constante.
Otra fuente de miedo es la desinformación, muchas veces intencionada. Se equiparan las plantas de biometano con incineradoras, vertederos o macrogranjas. Se difunden mensajes alarmistas sobre peligros para la salud, almacenamiento masivo de residuos, invasión de camiones o uso nocivo del digestato. Son discursos que hacen ruido y que, si no se contrarrestan, pueden acabar influyendo en la percepción de vecinos que inicialmente no estaban en contra.
Por eso es clave ser proactivos. Aquellos que apoyan la instalación de esta tecnología como una herramienta del desarrollo sostenible de su tierra no suelen salir en los medios, pero quienes se oponen sí y, si no damos la información adecuada, la narrativa se llena con miedos ajenos sin base real y no con datos objetivos.
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