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El apagón que sufrimos en España hace unas semanas fue breve, pero suficiente para activar un debate que ya no podemos esquivar: ¿tenemos un sistema lo bastante sólido como para sostener la transición energética? La respuesta, no es para nada sencilla. España en concreto, y el mundo en general se encuentra ante un reto enorme que junta factores ambientales, económicos y geopolíticos. Sin duda, este reto se debe afrontar con rigor, no con sensacionalismo.
Más allá de este fallo puntual, este episodio ha sacado a la luz una realidad que muchos técnicos llevan tiempo advirtiendo: no basta con instalar renovables al máximo ritmo posible. Se necesita conseguir un sistema estable y bien planificado.
Pensemos en el sistema eléctrico como un sistema de cañerías invisibles en el que lo que se genera siempre debe ser exactamente igual a lo que se consume. Además la energía debe transportarse con una frecuencia constante, en concreto en España y Europa es de 50 Hz.
Las centrales tradicionales, como las de gas, hidráulicas o nucleares, usan turbinas que giran a velocidad constante. Esa rotación aporta inercia, que actúa como un colchón frente a cambios bruscos en la red.
Las renovables, en cambio, como la solar y la eólica, se conectan con inversores electrónicos y no generan inercia por sí solas. Son clave para el futuro, pero cuando dominan el sistema, esa falta de inercia puede hacerlo más vulnerable.
Es decir, si la frecuencia empieza a desviarse de los 50 Hz, los sistemas con turbinas aportan inercia gracias a su rotación constante. Esa energía en movimiento ayuda a frenar los cambios bruscos y da tiempo al sistema para reaccionar antes de que se produzca una caída o un apagón.
El 28 de abril la mayor parte de la electricidad tenía fuente renovable, esto no es algo raro y se ha producido en muchas otras ocasiones. Lo que sí era menos usual era que 3 de las siete centrales nucleares estaban paradas y solo unas pocas turbinas de gas funcionaban.
Cuando se produjo una oscilación en la frecuencia, no hubo sistemas capaces de poder compensar esta variación de frecuencia que comentábamos antes y por seguridad se desconectaron de la red. En apenas segundos toda la red se vino abajo.
Las renovables no son el problema: son la única vía viable para reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles y mitigar el cambio climático. Pero sí es cierto que su integración masiva requiere nuevas soluciones.
Una de ellas es la llamada inercia sintética: una forma de hacer que las plantas solares o eólicas imiten la respuesta de los generadores tradicionales. También existen compensadores síncronos, máquinas que aportan inercia sin necesidad de generar electricidad. Y por supuesto, sistemas de almacenamiento como baterías o centrales de bombeo, que permiten almacenar energía y devolverla a la red cuando hace falta.
España debe extender el uso de estas tecnologías que ya existen. También es clave aumentar la interconexión con Europa, especialmente con Francia, para poder importar o exportar electricidad cuando haya desequilibrios. España y Portugal están algo más aislados del resto de Europa que la media. Aunque por supuesto ahora más que nunca exigirán confianza para esta interconexión.
El apagón también deja otra lección importante: la falta de planificación puede salir cara. Las plantas fotovoltaicas, por ejemplo, a veces deben desconectarse porque no hay espacio en la red para más energía. Esto implica pérdidas económicas, desincentiva la inversión y pone en riesgo el crecimiento del sector renovable.
Por otro lado, si la respuesta es volver al gas o apostar por alargar la vida del parque nuclear, también hay riesgos: el gas nos hace depender de mercados exteriores e inestables, y el uranio es un recurso cada vez más escaso y caro de extraer. Siguiendo el primer punto, más luz producida por estas fuentes provocaría menor aprovechamiento de toda la potencia instalada de renovables lo que haría estas plantas menos rentables y la luz en general, más cara.
En un contexto internacional marcado por tensiones geopolíticas, escasez de materias primas y riesgos de estanflación —una combinación de inflación alta y estancamiento económico—, Europa necesita pensar muy bien sus próximos pasos.
Hasta ahora, está faltando coherencia y visión a largo plazo. Además de invertir en renovables debemos reforzar la red, implantando mecanismos de estabilidad de la misma.
El apagón es una oportunidad para repensar cómo queremos hacer la transición energética. No se trata de dar pasos hacia atrás, si no de avanzar con lógica: descarbonizando todo lo posible y con estrategia.
También deberíamos preguntarnos si compensa encarecer la electricidad, aumentando la producción de luz en centrales de gas por ejemplo, a cambio de reducir el riesgo —muy bajo— de apagones. Al fin y al cabo, este tipo de fallo nunca había ocurrido en España hasta ahora, y prescindir de renovables para cubrirnos podría salir muy caro.
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